jueves, 7 de agosto de 2008

Un Plan

El carro está lleno de gente, hay 7 personas en ese Mazda rojo. En esa camioneta que tanto paseo, daño, travesía y arreglo ha sobrevivido el acelerador marca 120 kilómetros por hora y los tripulantes han asumido el riesgo tan religiosamente como un rito; gritan hasta el fondo de sus pulmones pero no gritan de pánico, no gritan nada en especial. Lo hacen por enfrentar el semáforo en rojo; saben que nadie va a parar. La calle inclinada no deja ver si viene alguien, pero lo cierto es que ese es el punto: no saber, retar, morir estúpidamente si necesario, todos juntos.

Nadie para
Algo suena,
Algo fuerte,

No suena nada, es impresión.
De lo que ha debido suceder.

8 años después todos viven, todos viven pero no caminan juntos. El espíritu de ese carro murió esa noche, al pasar sin herida alguna ese semáforo en rojo. La casa a la cual llegaron después de la locura intrarutal y en la cual habrían de probar todos la marihuana repetidas veces ya no existe. El lugar en que por primera vez desafiaron la sobriedad yace debajo de un edificio de yuppi-apartamentos.

Ahora, por ciertas calles de la ciudad se puede ver una valla de “publicidad política pagada” que lee “Vote por Juan Mantiz, el representante moderno. Marque el 69 en el tarjetón”. Ese representante moderno aceleró 8 años atrás, aceleró de manera moderna. Ahora es él quien no quiere malas influencias en las calles, ahora es él quien quiere hacer reglas que antes hubiera quebrado y en el acto mismo, representar al votante bogotano en el concejo de la ciudad.

El tiempo, como de costumbre, no deja de correr. Las elecciones salen mal. Juan se retira a Cartagena donde maneja un café internet de precios asequibles. Pero aun si este es el desenlace parcial de su carrera política, de lejos se sabe que todavía es el más inteligente y determinado de todos.

Por otros lados, David, uno de sus mejores amigos, uno de esos con quienes ya no se habla, de aquellos que gritaba con convicción y sin miedo en ese carro demente 8 años atrás, recibe una promoción en su trabajo. Sigue fumándose sus porros, sigue relacionado con la mayoría de sus viejos amigos pero lo cierto es que está solo y está perturbado profundamente; el cheque ya no alcanza para hacerlo feliz. Igual que Victor, e igual que a quien les escribe esta chachara.

En las viejas épocas (antes incluso del semáforo) establecen lazos fuertes como estudiantes de un colegio bilingüe. Crecen encerrados en una afrancesada escuela donde infundaron a diestra y siniestra la capacidad de ultra-análisis. Estos amigos son prácticamente inseparables en sus últimos dos años de escolaridad y en el proceso atraviesan varias experiencias en sentidos psicotrópicos … Pero tanto enseñan esas experiencias y esos puntos de vista comunes que logran con el tiempo cambiar a cierta gente, a confrontrla contra sí misma.

Juan escoge marginarse por su propio bien.
Sabe qué hace falta para salir del círculo y lo ejecuta, fríamente.

Traza la estrategia para ponerse en posición, de verse obligado a salir y jamás volver a ver su pasado Arrancar un nuevo presente. Juan tiene las güevas y la cabeza como para saber qué le toca hacer y hacerlo, así eso represente decir adiós sin decir adiós.

Los otros escogen seguir la ruta, seguirse el rastro, no dejarse ir, al menos no conscientemente. Seguir usando el psicotrópico para bien y no para mal. Seguir pensándose en terminos de familia porque jamás en sus cabezas habría podido caber el pensamiento de hacerlo distinto, de tomar la otra decisión.

¿Qué hace Juan?
...rayarse el cassét.

Un 20 de julio, pocos días después de su grado de bachilleres, el grupo de amigos (más numeroso esta vez) decide explorar con un ácido lisérgico -no es el primero- pero esta vez en la ciudad que en festivo solitaria se presenta. Se acaba de ir uno de ellos a vivir a Francia y las épocas mutantes se manifiestan. Los espíritus están ávidos de nuevas vicisitudes pero afectados subliminalmente por la añoranza que ni siquiera saben se les viene. Entonces lo consumen, todos, y los adquiere con amor, los acoje rápidamente. Es otro ácido más, pero este cierra un capítulo.

Situados en un apartamento pequeño loquito en la 15 con 79 en el que gritan, miquean y ante todo ríen se preparan para salir a conquistar con sus diferentes ojos la ciudad. Así lo hacen pero antes, basándose en experiencias maltrechas del pasado, deciden dejar toda marihuana en la casa y apelar al recurso psíquico del “TODO EN LA CABEZA”.

Salen entonces, visitan su viejo colegio y montan vídeo, caminan el ancho de las calles bogotanas, incluso de avenidas tan grandes y rara vez así de desiertas como la Séptima. El momento es especial, tranquilo. Hasta que llegan al parque, al parquecito de los porros.

Dos policías parecen estar probando una nueva moto, se ven pendejos acelerándola de más, se ven torpes manejando en pequeños trayectos y el grupo está excitado por este psicotrópico, y aparte se siente liberado sin nada que esconder.

Uno de los viajeros astrales decide mofar a los policías. El resto ríe, o al menos este narrador lo hace, no hay nada en la tierra por lo cual lo puedan joder en ese momento. Una mofa tranquila se convierte en jodencia brava una vez el viajero decide hacer de cuenta que tiene una metralleta en las manos y apunta hacia los policías, grita "RA TA ATRTATARAATARAT".

Los policías se pierden por 5 minutos solo para regresar con la intención de joder.
”De esa mofa una requisa sale”. Piensan los tombos llevados del orgullo.

Uno a uno nos requisan con ganas, uno a uno nos quieren encontrar algo, pero es la requisa más ligera de todos los tiempos pues está libre de culpas. Con el rabo entre las piernas los tombos advierten dejar la pendejada e irse para la casa.

Se termina el episodio, ganaron al fin una, no los llevaron al calabocete, pero … Una vez los policías se desvanecen y como grupo celebran su “victoria” se dan cuenta de que la mirada de Juan es distinta; y conforme se acercan al pequeño apartamento donde todo había arrancado se dan cuenta de que un disco suena raro.

Cuando llegan Juan se niega a entrar al apartamento y poco después dice que tiene las güevas llenas de porro. El pobre acababa de pasar un momento de terror y en su cabeza todo acababa de ser producto de un arreglo, en el cual sus amigos se habían confabulado con la policía para hacerlo caer.

Justo como lo había planeado.

De suerte se ha salvado, pero no les va a dar esa oportunidad otra vez. Decide entonces sin despedirse, alejarse, irse a su casa y jamás con ellos contar de nuevo. El que a hierro muere a hierro mata y el clavo le saca otro clavo. Nada más cierto, nada más difícil de aplicar. Pero cuando uno ya ha gastado su cartucho, cuando uno ha acelerado buscando la muerte y no la ha encontrado, resulta sabio no abrirle la puerta, puede estar afuera buscando.

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