martes, 18 de noviembre de 2008

Mil horas

Los llanos son una caja de chocolates y la vida es una caja de chocolates. El llano es una vida que parece una caja de chocolates, llena de bestias, bichos y tierra abierta para donde se mire.

Los cielos son únicos en tonos mañaneros de amarillo, luego de azul, rosado y al final nocturno-estrellado. En los llanos se recibe la ducha tibia más magna de la historia cuando le da al cielo la gana dejarla caer y a usted como humano de recibirla; es tierra de los raperos de la tierra abierta, no del “barrio”, es tierra de canto llano y lleno y tan especial como la naturaleza del lugar. El horizonte da un tresesenta por momentos de pradera verde y para el citadino acostumbrado a la eficiedúmbre el paisaje representa una pepa azul morféica.

Todo arranca en una carretera abierta que de la ciudad me extrae, jukiáda por dos túneles y seguida de un huevo e barranquillos. Cruzamos villabo y unos pueblos más por una fluída carretera. Conforme avanzamos muta el paisaje, lor árboles asumen poderes de plano, con sus achatadas extremidades cortan zonas como guillotinas orgánicas mientras verdes terrenos progresivamente se extienden.

Entramos a la trocha, inevitablemente la carretera tranquila termina tarde o temprano. El vaivén del jeep y la velocidad hacen d’este un momento especial, el lunático conductor quiere llegar rápido y le encanta la adrenalina del afan; me agarro de la baranda de copiloto y mientras cabalgamos la trocha saco una cámara de video, por la ventana del carro, tratando de robarme el caos del viaje en video. La velocidad es creciente hasta que el ritmo baja de un totazo, llegamos al primer “broche.”

Uno tras otro broche nos recibe mientras nos acercamos en el azul yíp Montero hacia el destino final. Estoy encargado de bajarme y abrir las mil hijueputas puertas hechizas a la perfección; gordo y brasidébil cada una de las que me encuentro me genera trabajo exagerado, siento que no puedo, que no puedo hasta que por obra y gracia del ave fénix, justo antes de recibir un chiste de parte del conductor en casos, justo después en otros, logro zafar el gancho, abrir la madera amarrada con alambre de púas y seguir. Milagrosamente cerrarlas es más fácil que abrirlas en la mayoría de los casos por lo cual sólo se multiplica por uno y medio el tiempo normal que se toma un auto para atravesar esta parte del tramo.

El conductor es César, me trajo a estas tierras para mostrarme otra vida, darme a respirar otro aire y se lo agradezco mucho. Cuando lo veo andar descalzo por su finca lo admiro, su entrega a como las cosas son acá y la consciencia de que no hay posibilidad de mando efectiva si el trabajador no respeta antes a su jefe y si el jefe no respeta antes a su trabajador. Es el hombre al mando pero aprende aun, se adapta todavía, leyendo a los que por más tiempo han atravesado las tierras.

Desde que ponemos pie en la finca, sus zapatos y medias se van al carajo, mientras mi pie citadino, flojo, vulnerable y ultra sensible cubro rápido con una chancla. Me echo a descansar un poco, después echamos paja durante la tarde en hamacas y por la noche a fokear porque mañana se viene un día rudo.

Si uno no ha montado caballo en la vida, la primera vez es un momento importante. El contacto milenario humano-equino materializado a través mío y la anticipación que esperar esto me genera me tienen emocionado. Así que salgo a conocer al capataz de la finca de una buena vez, le doy la mano y me dice que acaba de escoger un caballo especial para mí. Manuel es el capataz, el caballo escogido responde al nombre de “Mil años.”

Por alguna razón me siento honrado, “me dieron al veterano” pienso.

Cinco horas después los estribos en que mis pies debían estar metidos golpean fuerte y repetidamente el abdómen de Mil años. Este apenas siguiendo su impulso, su maña milenaria, su acerbo correlón y su pavloviana respuesta desputado atraviesa la pradera más cercana a la finca, acercándose a muchos kilómetros por hora a la reja que cerrada se presenta unos metros adelante. Mi cuerpo perpendicularmente se balancéa tratando de mantenerse en vida evitando caer al piso, a las rocas, al revuelque rompehuesos y estrujacráneos.

La primera vez que traté de montarlo lucí torpe, me trepé como una tortuga tratando de follarse un elefante. El Mil años no se ganó el apodo por pendejo y al evaluar mi patético intento de montarlo me mandó al piso con un seco movimiento; los alrededores rieron un poco, nadie se resiste a semejante wamazo, pero luego fingieron indignación, le dieron par palmadas a las bestia y dijeron “hágale a ver que ya está calmáo”

Tengo muy buen balance, o mucha suerte. Mi gorda contextura permite a mi centro de gravedad clavarse en el medio de esa silla, a la cual me adhiero por mero milagro, o por mi centro de gravedad y no dejarme caer. A la par del Mil horas llegan dos caballos con vaquero incluido que planean atajarlo, antes de que le dé la saltarina y me deje de adorno navideño en un árbol cercano o en la reja de púas.

El galope incesante del caos presentó literalmente lo que se siente perder los estribos, no estar en control, pero haberlo sobrevivido ayuda. Quizas un día voy a tener Mil años y un poco de suerte.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Rueda Timón, rueda fortuna

Un giro de timón, un giro de repente y la vida se le va entre las manos maestro. Si por mala suerte un motociclista está al lado suyo y usted lo omite y choca, apele a la virgen santísima para que este motociclista sepa recibir la cerrada, luego el golpe y luego el post-golpe. Ruegue para que no se caiga al piso, para que logre sortear el mareo, la ansiedad, el dolor y el desequilibrio, mantenerse en pie y no provocarle a usted, maestro, un cambio de vida un tanto radical.

Un giro de timón es un mensaje del destino y el mensaje final lo entrega la habilidad del motorista. Qué tanto pueda sortear su destino. El suyo, no el de él.

Bueno, el de él también.

Tengo buena suerte o buena virgen maestro, o los rezos de mi abuela y las peticiones de mi madre han surtido efecto protector en mi destino. No estoy afuera, lidiando con los brazos rotos de nadie, con las piernas dislocadas de nadie, con nadie herido, con la muerte, con mi destino descarrilado de su inestable centro.

Estoy libre maestro, advertido pero libre.

jueves, 4 de septiembre de 2008

2ndo grado, o Cómo el agua se vengó.

Me prende, y me apaga. Me encierra en la nevera, me toma y escupe en tragos baratos, me abusa con pastas, sopas y cosas mucho mucho peores. Y yo espero dar mi golpe durante el papayazo.

Después de miles de intentos mis estudios me llevan a deducir cual es el momento de más vulnerabilidad por parte del abusador. Existe algo que me impulsa afuera de mi prisión, un detonante y tengo que aprovecharlo.

Espero paciente a que vuelva por mí y las mías; sé que tarde o temprano lo va a hacer. Todos los días de su vida lo ha hecho. Pero no toda su vida ha tenido el loco horno microondas y yo nunca antes había estado tan segura de mis probabilidades.

En la mañana toma la llave, le da vuelta y siento el llamado; caigo fuerte en la blanca pared del calor y la mentalidad existe. Acto seguido nos mete en el horno y después de cuatro beeps nos bombardea sin clemencia, como todas las mañanas, como todas las que lo he conocido.

Sin querer queriendo ha preparado su propia receta dolorosa; ya estoy caliente y sólo espero la fracción de segundo que necesito al menos para saludarlo como merece. Mirando hacia arriba cada milésima de segundo, sin parpadear enfoco mi atención en reconocer mi entrada y no desperdiciarla.

La bolsa de té asoma y las alarmas están en su punto más ácido. Se acerca y tomo aire, y salto como las más hábiles ballenas. Capturo capilarmente la bolsa y la sobrepaso. Mientras subo a velocidad inédita, siento que hoy doy este golpe, nada me para. Con impulso me tomo el hilo, sobrepaso la marquilla derritiéndola y ataco con poder el par de dedos que de ella se encargaban -hasta antes de esta inspirada incursión-.

Pienso que las cosas no pueden salir mejor mientras veo caer la cámara cilíndrica que de tanto cruel bombardeo fue escenario. Me veo libre, me siento en el piso, me siento en unos muebles, y por primera vez en la historia, quemando un poco de la cara del abusador.

jueves, 28 de agosto de 2008

El vecino tiene antojo (explicit lyrics)

No me gustan las groserías. Me fascinan. En especial cuando hay motivos que me ponen a madrear casi inconscientemente. El hijueputa de abajo, abogado de narcos, se está haciendo el guevón y no me quiere pagar el arreglo que me debe. Argumenta en la voz de su secretaria que le hace falta plata. Ochenta mil putos pesos que seguro se gasta en ponerse un pelo del culo en esa golpeable y calva cabeza.

No, no soy un narco ni un traqueto. Soy grosero porque este señor me ha llevado a serlo. Cualquier día normal usted me puede presentar a su mamá y su mamá me va a adorar, pero leyendo esto sería otra historia. Puede que me diera la razón pero calificaría mis métodos de barbáricos y mis palabras de desadaptadas. No le convendría tenerme a mí cerca, a los ojos de su madre, que tan bien rodeado/a lo/a quiere.

Creo en la gente, y por eso hay límites que no cruzo. Creo que si uno rompe algo que no es de uno lo debe pagar si así lo exige el dueño. Es facultativo entrar a discutir si debería pagarse cuando el dueño no exige retribución porque hay casos de casos, hay embarradas de embarradas y personas de personas. En este caso soy la víctima y exijo mi retribución.

Soy un tipo de mucha menos edad que este cafre. Vivo en el piso de arriba de donde él tiene su oficina y el carro de mi mamá fue violentado por una perra de su propiedad. El doctor Don Jaime Luis me está viendo la cara de idiota pero no se imagina que dentro de este exterior inofensivo, calmado y ávido de justicia se despierta una venganza trapera.

Este hombre, dueño de todo el edificio me dice que no tiene mis ochenta mil pesos y yo que no le he entregado tarde ningún pago de administración, ¿debo sentirme tranquilo? No, así no vale esto ya. Es un caso estúpido, pero permite penetrar de manera ilustrativa la naturaleza humana. Cuando a usted lo están tratando como a un pendejo en su cara, faltandole al respeto, usted se pone bravo, se pone trapero, se pone salsita y usualmente responde de mala manera.
Mala o callada, o ambas.

Sé que si esta gonorrea no me paga esos ochenta mil pesos algo pierde también. Los va a pagar porque le toca o a padecerlos porque se lo ganó. Mínimo, mínimo le va a tocar contentarse con una antena puteada en su "Narco-Montero" como la que me toca aguantar a mí en el carro de mi mamá. Si le va mal, como creo la va a ir, planeo sacrificar no una sino dos antenas de su propiedad; junto a la ya nombrada sumaría la antena del "Mégane" de su hijo para duplicar el dulce sabor de la venganza. Todo deberá coincidir con la fecha de mi salida para el Grand Finale.


Menos mal soy un hombre educado,
pude llegar a la conclusión de que a huevo por ojo,
muelas por diente.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Fila, Brasilero

Al abrir mi puerta me recibe un centenar de sobres-recibos desparramado en el piso, tiene las pisadas de lo mucho que le he caminado por encima. Sangre, sudor, lágrimas, arrugas de humedad y total desprecio.

Los recibos aún si maltratados siento me quieren y dan bienvenida noche tras noche. En algún punto dejaron de llegar y la montonera apilada en el piso se unificó. Todo un estamento en el apartamento ahora como la mueble-nevera-biblioteca, como el televisor cajón, como el micro onda guarda bosques.

Pongo la húmeda sombrilla tipo Gruyère encima del gancho junto a la puerta, el agua gotea encima de los recibos, saco mi bricket y prendo las velas que tengo dispuestas en la sala sobre las antiguas lámparas eléctricas. Ya están al borde de acabarse así que puedo dormirme mientras se derriten. El viento alejará de mí los humos parafínicos.

Entra luz de las nubes grises tras la llovizna y se mezcla con la de vela. William Turner esta orgulloso en su tumba. Me acuesto en un colchón sencillo que siempre se moja con el abrigo cuando llueve. Siempre me acuesto con mi ropa y una canchosa cobija; hace frío hijodeputa de noche acá.

La mañana siguiente hace sol, demoníaco picante sol afuera. Adentro es afuera. Estoy asándome en este abrigo. El clima de acá es especial, en una ciudad fría de noches el ambiente ahora es amazónico; mitad de los recibos luce tostado, mitad luce húmedo.



Y alejado, más cerca de mí, uno resalta nuevo.


Un sobreviviente logró atravesar la maraña húmeda del recibo-tapete.
Me sorprende su color rojo intenso, voy por él.

Siete años pasaron para que uno nuevo llegara a la puerta y catorce antes de que uno yo abriera. Obviamente me trae malas noticias y me pone de mal humor. Me veo obligado a quitarme el abrigo Humberto Dorado Style que 7 años seguido tuve puesto y dejarme llorar. El sobre rojo, portador de malas noticias, el sobre rojo tenía que llegar.

Si mi inmediato futuro no dependiera de esto no dudaría en desechar las palabras de la carta y usarla de papel higiénico, pero no, mi culo está sucio porque mi apartamento está de por medio. Pienso esto mientras hago cuentas del número de personas que están delante mío en la fila. Cuando el número alcanza 100 dejo de contar, ya llegué a una conclusión.

Los rayos de sol entran como navajas y los ventiladores brillan en su OFF. Hay 10 cajas disponibles pero por política los bancos no gustan de la eficiencia; sólo dos cajeros atienden. Son las 8 de la mañana y la expresión tener huevo no abarcaría una centésima de lo que estos cajeros, aliados en sus cubículos, moviéndose rápido para todo menos para el cliente del común, merecen como apelativo a su incompetencia.

La coyuntura ayuda pues es temporada de declaraciones de renta; casi 90 personas tienen en su mano un formulario gigante que no saben llenar. El tiempo promedio por persona en el cubículo es de 10 minutos y sé cuánto porque lo único que funciona es el reloj que les dice a los empleados del banco cuando irse sin importar en quién cagarse en el proceso. De suerte mi vuelta es rápida, si la separamos del triste infierno de vivir esta fila. Tengo que presentar un viejo papel, el único que tenía guardado en la nevera que me certifica como heredero y propietario del lugar donde vivo.

El jovenzuelo de adelante me mira, hace muecas con su nariz y se voltea. Manotea como queriendo repeler un olor; como queriendo darme un mensaje. No tengo nada que hacer, si iba a hacer esta vuelta la iba a hacer con mi chaqueta y cómo huele ahora me tiene sin cuidado. El hecho que me tiene sudando como paleta desnuda me pone a dudar pero hay principios qué seguir y momentos a no dar el brazo a torcer.

El reloj no se detiene y la fila no avanza, de las nueve pasamos a las once y el sonido predominante proviene del cuerpo de un lunático. El tipo tiene música en sus oídos y la reproduce para que el resto de la fila lo quiera matar. Suena su chaqueta cuando sus manos la golpean, suenan sus suelas, suena incluso el tarareo que hace de cada ritmo, melodía o Solo que ejecuta el resto de su banda imaginaria. Hace dos horas pensé que lo iba a soportar pero ahora me provoca violencia. No hago nada igual, solo lamento la suerte del hombre al frente mío, enloquecido por el ruido del loco y el olor del “coco”.

Medio día asoma, tengo unas ganas de orinar hijasdeputa. Me he aguantado un buen rato y ya puedo ver a la cajera en el horizonte pero no aguanto más. El zapateo del loco me hace pensar en gotas, de agua, me hace pensar en baño y me acuerdo que me duele el cuerpo. La técnica de mover mis piernas para disipar el meo no sirve más así que le pido el favor al ancianito que me sigue en la fila que me cuide el puesto. “Por favor” digo.

Algo responde el anciano, algo que yo asumo es un “Sí”. Salgo de la fila, y camino haciendo movimientos de prevención urinaria los 70 metros hasta la salida. Al llegar veo la salida cerrada. Exijo al guardia que la abra y me muestra el doble barril de la escopeta y señala a unos tipos con más escopetas que están sacando el biyuyo del día. Es justo ese momento en el día a día de un banco, del que sabría si viniera más seguido al banco.

Escopetas o no dejo sueltas mis necesidades. Ya no hay nada que hacer. Así que mientras orino camino los 70 metros de vuelta, de manera más ortodoxa que de ida, pero por obvios motivos no totalmente...

El lugar, caliente ya, dirige sus miradas y gritos hacia mí. Las posiciones se han vuelto más políticas, y sé que quien ríe ahora es el hombre que me precedía en la fila; él sabe que apenas abran las puertas del lugar me van a botar directo a la calle, mi nuevo hogar.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Fashion Freak

30 conteos seguidos de “E Entertainment” televisión me tienen hambreada de moda, fama y mostrar mi cuerpo escultural. Estoy al borde de coger un par de tijeras, empezar a cortar mis cortinas y hacerme un vestido con ellas. Así que lo hago. Lo hago y salgo a la calle vestida así.

Mis cortinas son bambulitas, y me raspan un poco la piel mientras camino pero no me importa porque tengo una meta clara. Llegar hasta las instalaciones de estilo RCN y venderme. No puedo fallar, soy dúctil con las palabras y mi estilo es tan inconfundible como innegable. Me aseguraré de que mis videos porno sólo salgan unos seis meses después de que me contraten para poder ahorrar al menos un poco y seguir con mis indetenibles aspiraciones. Sería un desperdicio no hacerlo.

¿Por qué nos mostrar TODO lo lindo que Dios me dio, todo por lo que me he sacrificado?

Una vez despedida, si he sido lo suficientemente bruta como para no haberme conseguido un marido giga-millonario que me quiera como soy, de loca, empezaré a diseñar mis propias prendas, mi propia colección. Tendré tiempo para llenar de celos a Hernán Zafar, Amelia Gorro y los demás tip del top de la moda nacional. No me irá muy bien, claro, mis diseños rasparán la piel de las bonitas. Así que decidiré enfocarme en mi faceta de modelo.

La corriente dominante de modelos paisas iniciará un cartel novedoso, uno que me persiga por ser una cachaca tan o más arribista que ellas; me tratarán de vender a la FEA (Foul Exterior Agency), tratarán de desacreditarme como una tormenta divina, pero huiré con clase, huiré con agilidad, huiré…

Y todo esto me llevará a otras tierras.

Una vez en estas aprenderé a hablar español mexicubanizado, de ese que le da a uno alas allá. Aprenderé a posar como actriz mexicana y a cantar como NINGUNA actriz. Aprenderé los trucos para lograr algún papel en una súper producción internacional, de esas entre Miami, Caracas y el DF. Lo daré todo.

Luego de tener líos con los básicos libretos de romance llorónico el director me tratará mal, me dirá que no tengo madera para esto, que debí haberme quedado encerrada aprendiendo a hablar, pues del todo no había aprendido. No sé qué querrá decir con eso, pero haré pucheros y lágrimas saldrán de mis ojos.

Y me vengaré.
Tendré hijos.

jueves, 7 de agosto de 2008

Un Plan

El carro está lleno de gente, hay 7 personas en ese Mazda rojo. En esa camioneta que tanto paseo, daño, travesía y arreglo ha sobrevivido el acelerador marca 120 kilómetros por hora y los tripulantes han asumido el riesgo tan religiosamente como un rito; gritan hasta el fondo de sus pulmones pero no gritan de pánico, no gritan nada en especial. Lo hacen por enfrentar el semáforo en rojo; saben que nadie va a parar. La calle inclinada no deja ver si viene alguien, pero lo cierto es que ese es el punto: no saber, retar, morir estúpidamente si necesario, todos juntos.

Nadie para
Algo suena,
Algo fuerte,

No suena nada, es impresión.
De lo que ha debido suceder.

8 años después todos viven, todos viven pero no caminan juntos. El espíritu de ese carro murió esa noche, al pasar sin herida alguna ese semáforo en rojo. La casa a la cual llegaron después de la locura intrarutal y en la cual habrían de probar todos la marihuana repetidas veces ya no existe. El lugar en que por primera vez desafiaron la sobriedad yace debajo de un edificio de yuppi-apartamentos.

Ahora, por ciertas calles de la ciudad se puede ver una valla de “publicidad política pagada” que lee “Vote por Juan Mantiz, el representante moderno. Marque el 69 en el tarjetón”. Ese representante moderno aceleró 8 años atrás, aceleró de manera moderna. Ahora es él quien no quiere malas influencias en las calles, ahora es él quien quiere hacer reglas que antes hubiera quebrado y en el acto mismo, representar al votante bogotano en el concejo de la ciudad.

El tiempo, como de costumbre, no deja de correr. Las elecciones salen mal. Juan se retira a Cartagena donde maneja un café internet de precios asequibles. Pero aun si este es el desenlace parcial de su carrera política, de lejos se sabe que todavía es el más inteligente y determinado de todos.

Por otros lados, David, uno de sus mejores amigos, uno de esos con quienes ya no se habla, de aquellos que gritaba con convicción y sin miedo en ese carro demente 8 años atrás, recibe una promoción en su trabajo. Sigue fumándose sus porros, sigue relacionado con la mayoría de sus viejos amigos pero lo cierto es que está solo y está perturbado profundamente; el cheque ya no alcanza para hacerlo feliz. Igual que Victor, e igual que a quien les escribe esta chachara.

En las viejas épocas (antes incluso del semáforo) establecen lazos fuertes como estudiantes de un colegio bilingüe. Crecen encerrados en una afrancesada escuela donde infundaron a diestra y siniestra la capacidad de ultra-análisis. Estos amigos son prácticamente inseparables en sus últimos dos años de escolaridad y en el proceso atraviesan varias experiencias en sentidos psicotrópicos … Pero tanto enseñan esas experiencias y esos puntos de vista comunes que logran con el tiempo cambiar a cierta gente, a confrontrla contra sí misma.

Juan escoge marginarse por su propio bien.
Sabe qué hace falta para salir del círculo y lo ejecuta, fríamente.

Traza la estrategia para ponerse en posición, de verse obligado a salir y jamás volver a ver su pasado Arrancar un nuevo presente. Juan tiene las güevas y la cabeza como para saber qué le toca hacer y hacerlo, así eso represente decir adiós sin decir adiós.

Los otros escogen seguir la ruta, seguirse el rastro, no dejarse ir, al menos no conscientemente. Seguir usando el psicotrópico para bien y no para mal. Seguir pensándose en terminos de familia porque jamás en sus cabezas habría podido caber el pensamiento de hacerlo distinto, de tomar la otra decisión.

¿Qué hace Juan?
...rayarse el cassét.

Un 20 de julio, pocos días después de su grado de bachilleres, el grupo de amigos (más numeroso esta vez) decide explorar con un ácido lisérgico -no es el primero- pero esta vez en la ciudad que en festivo solitaria se presenta. Se acaba de ir uno de ellos a vivir a Francia y las épocas mutantes se manifiestan. Los espíritus están ávidos de nuevas vicisitudes pero afectados subliminalmente por la añoranza que ni siquiera saben se les viene. Entonces lo consumen, todos, y los adquiere con amor, los acoje rápidamente. Es otro ácido más, pero este cierra un capítulo.

Situados en un apartamento pequeño loquito en la 15 con 79 en el que gritan, miquean y ante todo ríen se preparan para salir a conquistar con sus diferentes ojos la ciudad. Así lo hacen pero antes, basándose en experiencias maltrechas del pasado, deciden dejar toda marihuana en la casa y apelar al recurso psíquico del “TODO EN LA CABEZA”.

Salen entonces, visitan su viejo colegio y montan vídeo, caminan el ancho de las calles bogotanas, incluso de avenidas tan grandes y rara vez así de desiertas como la Séptima. El momento es especial, tranquilo. Hasta que llegan al parque, al parquecito de los porros.

Dos policías parecen estar probando una nueva moto, se ven pendejos acelerándola de más, se ven torpes manejando en pequeños trayectos y el grupo está excitado por este psicotrópico, y aparte se siente liberado sin nada que esconder.

Uno de los viajeros astrales decide mofar a los policías. El resto ríe, o al menos este narrador lo hace, no hay nada en la tierra por lo cual lo puedan joder en ese momento. Una mofa tranquila se convierte en jodencia brava una vez el viajero decide hacer de cuenta que tiene una metralleta en las manos y apunta hacia los policías, grita "RA TA ATRTATARAATARAT".

Los policías se pierden por 5 minutos solo para regresar con la intención de joder.
”De esa mofa una requisa sale”. Piensan los tombos llevados del orgullo.

Uno a uno nos requisan con ganas, uno a uno nos quieren encontrar algo, pero es la requisa más ligera de todos los tiempos pues está libre de culpas. Con el rabo entre las piernas los tombos advierten dejar la pendejada e irse para la casa.

Se termina el episodio, ganaron al fin una, no los llevaron al calabocete, pero … Una vez los policías se desvanecen y como grupo celebran su “victoria” se dan cuenta de que la mirada de Juan es distinta; y conforme se acercan al pequeño apartamento donde todo había arrancado se dan cuenta de que un disco suena raro.

Cuando llegan Juan se niega a entrar al apartamento y poco después dice que tiene las güevas llenas de porro. El pobre acababa de pasar un momento de terror y en su cabeza todo acababa de ser producto de un arreglo, en el cual sus amigos se habían confabulado con la policía para hacerlo caer.

Justo como lo había planeado.

De suerte se ha salvado, pero no les va a dar esa oportunidad otra vez. Decide entonces sin despedirse, alejarse, irse a su casa y jamás con ellos contar de nuevo. El que a hierro muere a hierro mata y el clavo le saca otro clavo. Nada más cierto, nada más difícil de aplicar. Pero cuando uno ya ha gastado su cartucho, cuando uno ha acelerado buscando la muerte y no la ha encontrado, resulta sabio no abrirle la puerta, puede estar afuera buscando.

bloqueo

La madre quería enseñar a su hijo,
Enseñarle que los animales,
como los seres humanos,
tienen derecho a vivir libres,
derecho a no ser explotados,
a no ser asesinados, violados.

La madre quiso enseñarle a su hijo ,y
Así jamás hubiera podido imaginarlo,
algo más que enseñar logró.

El niño quería complacer a su madre.
Una tarde de cumpleaños,
cambiar lagrimas por sonrisas.
En tiempos grises, quería demostrar amor.
Compró una tortuga de 5000
frente a su colegio, de una caja la sacó.

El niño vio a su madre,
La vio rechazar el regalo,
y objetar sobre la libertad animal.

El hombre recuerda borroso
Recuerda al niño, llorando por
Una tortuga perdida, en un segundo…

La madre jamás olvidó,
No se perdonó haberlo, con su negativa,
forzado a soltar la pequeña bestia, dejarla ir…

El hombre recordaba otra historia
Había bloqueado él la realidad.
Se enteró luego,
Cuando su madre al contarle liberó su yugo…


La tortuga quería vivir en su hábitat sin saberlo,
Y un niño, por las palabras de su madre
Cambiando su libertad por la de ella
Se lo permitió.

dieciocho

Las puertas traseras del Club abrieron para sus empleados a las cuatro de la mañana como cualquier otra mañana. Pero esta no era una mañana cualquiera. Para cuando ingresaron sus socios alrededor de las 6 todo era un terrenal caos y sucia demencia.

El primer grito surgió del locker de los golfistas de tercera edad.

El Dr. Restrepo, de 63 años, único en llegar a su ronda de 18 hoyos tan temprano, encontró su Golf Bag -recién importada desde Nueva Yól- cargada de tierra. Fue demasiado para soportarlo. Vale anotar que el hecho que sus palos –también traídos de N.Y- estuvieran refundidos agravó esa miseria material. El llanto que dejó salir durante horas fue algo femenino, pero al ver la desgracia, aquellos que fueron llegando entendieron y no lo juzgaron.

Poco después aquellos que fueron llegando se quejarían de haber sido víctimas de robo. Sus bolsas y palos desaparecidos. Víctimas del vandalismo, sus lockers llenos de tierra. Todos somos vulnerables cuando nos toca, a todos tocó llorar.

Al iluminarse las luces de la piscina, la linda tonalidad usualmente azul claro lucía negro-tierra. Yacía en medio del club un enorme Tupperware lleno de “chocolate” aguado, afortunadamente sin leche pero sí con algo de cloro extra. La clase de natación iba a tener que cancelarse.

La cocina del restaurante principal presentaba la totalidad de ollas y sartenes “embarrados” y complementando el hecho, encima de cada mesa del restaurante yacía un balde de Champaña lleno de boñiga.

Se podía encontrar tierra a lo largo de todo el piso del restaurante. De la cocina, los halls, los bolos, la discoteca. Del comedor alternativo, del gimnasio, de todo el social lugar.

Las autoridades empezaban a detectar un patrón.
Y ya tomaban nota del hecho que no había un sólo trabajador.
Se escuchaban ya voces, se les llamaba a los autores de este atroz
“terroristas de club”. Había ya una marcha planeada.

Antes sufría con la terrible inconveniencia de querer rascarse las pelotas todo el día, antes, al inicio, cuando de niño no se había dado cuenta de su condición física y la padecía. Ahora a RaSho la situación le resbalaba, había mayores preocupaciones que tener en prioridad. Desde la penumbra alumbrada con bombillos de televentas, dirigía la operación “CluSo”.

Su voz transmitía tal contenido que la masa de trabajadores de club a su alrededor dejaba pasar su rascattora mano interpantalón. Lo hacía porque Rasho hablaba de cosas importantes, enfatizaba en la necesidad de expresar algo. RaSho quería igualdad para los honestos… Pero enfocado estaba en transmitir que por ahora la payasada maestra tenía que ejecutarse. Afuera ya era de día, el momento se acercaba, y las bestias esperaban una señal de libertad.

Alrededor de las 9am, la piscina drenada ya, dejó como resultado toneladas de tierra mojada evacuada y muchos palos y bolsas de golf emparamados de agua con cloro. En la parte más baja se encontraron muchos equipos de Polo. Sillas de caballo y palos incluidos. Clorizados y entierrados hasta el punto del azul.

Apenas se escuchó en la radio (en el show sin censuras de GuGomez en Tortuga radio)
el primer reporte sobre los resultados del drenaje RaSho dio la orden. Las carpas de las caballerizas cayeron al piso, y las bestias salieron libres.

Todos los caballos llevaban a cuestas un pequeño hombre, sin silla y en total comunión. Este equipo homo-equino llevaba a cuestas un echiso trailer basado en palos de golf. Conforme avanzaban por los campos golfísticos levantaban la linda tierra y los lindos pastos. Era una rústica y divina maquina de desgarrar club social, de entregar un mensaje, parcialmente.

A lo lejos las autoridades se percataron, cuando alrededor del hoyo 18 se reunió una cantidad de hombres-equinos a (algo que no sabían las autoridades ) iniciar la escalada hacia el primero.. antes de ser capturados. Y desde allí volaron como el…afán. Al menos 20 caballos a toda la velocidad que podían usar para ser efectivos.

La policía consideró la opción de perseguir a los criminales en carritos de golf, que habían sido dejados intactos y listos para usarse, pero al darse cuenta que el daño al pasto ya era sustancial, no les importó. Mandaron la pesada… Como la pesada es pesada, terminó de destruir lo que los caballos habían empezado. Terminó también con los manifestantes, con los caballos, con todo.

Los caballos hacían lo suyo, y el resto, liderados por un hombre que jamás sacaba su mano del pantalón, marchando salió a tomar un picnic en el gran e intacto campo de polo. El resto sacó los jamones finos del restaurante, las tablas de quesos, las bebidas, los vinos y los dispuso a lo largo del terreno. El Resto puso música, sacó a sus niños a jugar, sacó balones de fútbol, cuatro sweaters y armó un partido.

Minutos después, antes de poder comer queso o meter Gol, El resto fue brutalmente atacado, callado y mandado a prisión. Por, dar un mensaje, totalmente.

Nueve de noviembre

El transmi llega a los 90km/h, y está fuera de control… relativamente.

Los 6 personajetes que agarrados de las barandas están, cagados del susto callan.
El transmi se soltó después del disparo, el conductor está muerto sobre el timón, y el hecho que su cabeza esté en el hueco del medio lo mantiene -milagrosa o desgraciadamente- derecho. Con acelerador a fondo veo el templo del Indio Amazónico desaparecer a velocidad record, como nunca antes lo vi, como nunca más lo veré.

Entre el semáforo de la 45 y la 39 el flashazo de la vida me golpea y me muestra que hasta hoy no he sido otra cosa que un perezoso que no ha sabido leer su realidad, sus capacidades y sus fortunas. Un desperdicio que ha esperado que las cosas le caigan del cielo y ni siquiera va a misa los Domingos. Seguro la abuelita y sus dos hijas, agarradas a dos barandas, tiradas en el piso van a misa los Domingos; seguro el patroncito de chaqueta de flecos acompaña a la mamá a misa antes de salir a robar con esa puta pistola. Pero poco importa en este punto joder por quién o no está en la gracia del señor, estamos todos llevados del putas, de este putas con pistola y cara de loco.

¿Por qué he sido tan fríamente cabrón y vale-huevista?
¿Cómo paramos este hijueputa bus?
¿Por qué no he dejado que el señor entre en mí?
¿Quién culos puede manejar esta mierda?
¿Qué he hecho en mi vida?
¿Qué quiere este malparido?

El otro pasajero se acerca al chofer muerto, quiere intentar frenar el bus pero Patroncito le apunta con su arma, lo hace retroceder. Dice “este hijueputa lo manejo yo y al que se mueva lo voy tostando!”. Afuera el caos vehicular se conjuga para no chocar al bus, se escuchan pitos y se ven luces altas por todo el trayecto, especialmente en los milagrosos cruces donde con semáforo en rojo pasamos en limpio.

Machito entonces pone el revolver en el bolsillo, y sus manos en el timón después de sacar la cabeza disparada y empujar el cadáver hacía el cubículo contiguo. El rojo articulado baja revoluciones por unos 5 segundos antes de ser aun más exigido con extra chancleta por su nuevo conductor.

Es la calle 32, y este decide que la avenida 7 le resulta más conveniente, así que un izquierdazo brusco mete, nos manda a todos al piso. Las luces se ven más pronunciadas y los pitos suenan más encima, pero este niero no conduce el articulado nada mal, parece entrenado. La señora de edad y sus hijas rezan en voz alta en la parte de atrás después de recomponerse del arepazo y nosotros dos, los hombres inútiles, nos preguntamos qué quiere hacer este demente. Eso y nos cagamos en los pantalones.
Así que de la Calle 32 coge la 7ª, en contravía. Esa maniobra sale un poco más barbárica en ejecución, el bus se rompe en dos y las señoras salen volando a la altura del edificio Bancolombia. Pero seguimos, los tres machos, dos inútiles y un demente sobre la 7ª andando a 130 en un Transmilenio quebrado en dos, viendo carros pasarnos de frente, al lado, encima...

Y ahí todo se revela clarito…
En el panorama aparecen las altas luces,
Esas de la torre iluminada de los bogotanos.
Y conforme la vemos más y más cerca,
más rápido el 50% de ese transmilleno anda.

Conforme nuestra vidas se apagan,
El bus impacta,
La gasolina quema,
Unos gritos finales se escuchan

Y en noticias RCN se dice que soy el militante fariano
que planeó el ataque del 9 de noviembre,
contra la torre sin gemela en Bogotá Colombia.