martes, 24 de agosto de 2010

Dulce tortura capitalista

Rompiendo el cascarón salgo de casa. Puede resultar normal, pero para los ermitaños auto designados es digno de anotación. Salgo y busco un libro. Un libro busco y busco y no encuentro. No mamá, el que busca no encuentra, no siempre.

Aceptando la misión como fallida tempranamente, y sin pistas sobre el paradero de la luz del trofeo encuadernado, sigo caminando. Hay que aprovechar el sol pre primaveral.

La calle parece un centro comercial, mucha ropa cara en las vitrinas, mucha niña bonita caradeculo en las calles. Y paso a paso, vitrina a vitrina, mujer bonita a mujer bonita que jamás devuelve las miradas, me golpea la gran realidad.

Soy un ermitaño capitalista bipolar.

Busco paz en ver vitrinas de lugares donde jamás compro ni compraré, y la encuentro... quizás la idea de saber que los lugares no son para mí, y aun así estoy ahí, cerca, viendo a los muchachos probándose las nuevas zapatillas, o a la niña midiéndose un nuevo vestido me reconforta: una película de la vida real: 'Las compras de los otros'.

De pronto no hay explicación para tal gusto más allá de la tortura.

Mis botas llevan conmigo tres años... mis 'tenis' bonitos cuatro y se les nota. Viene siendo hora de comprar nuevas cosas, pero no hay con qué, así que se camina en búsqueda de un libro y al no encontrarlo, se vive la fantasía de ser una persona con poder de compra ilimitado.

Y toda esta pensadera de caminante consumista me da hambre.
¿Dónde comer? ¿Dónde comprar?

Encuentro la tranquilidad comprando víveres básicos en el supermercado chino. Acepto esto, ni siquiera comprando -la parte de dar plata no es la más cómoda-, es entrando, escogiendo y llenando la canastita que mi cabeza deja de revolotear.

Es mi terapia. Le hablo a los productos, ellos me hablan de vuelta.

Y me calmo y pienso que no sólo es el 'super' chino es el verdadero ícono común a los barrios porteños, sino que demuestra capacidades para calmar mi ímpetu. Los mitos acerca de cómo apagan sus neveras en la noche y su comida puede ir no siendo la más fresca del mercado -manteniendo aún así precios más elevados que en otros supermercados mayores- no me afectan, tengo estómago para todo...

Hasta para ser un ermitaño capitalista. Rompiendo el cascarón salgo de casa.

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