lunes, 10 de mayo de 2010

Los hombres amaban a las mujeres...


...pero se sentían incómodos con la sensación de estar en control. La "queja de una inactiva vida sexual" acababa de morir, junto a la la risa tragicómica de sus desgracias. Ahora eran hombres con pareja.

Antes hablaban de las peripecias de ese otro amigo en común, que sí la rompía todo el tiempo. Ahora tienen pareja y el amigo dejó a una de sus chicas de turno embarazada. Ahora hablan de los planes que sus novias han craneado para el fin de semana; el amigo -por su lado- domesticado, al tipo han "organizado".

Pero había grietas en el sistema.

Los hombres amaban a las mujeres, pero sentían el clásico engaño masculino. No se lo comunicaban entre sí, por más amigos que fueran, por el temor a romper el equilibrio de la doble relación que tan bien funcionaba en ese instante.

El clásico engaño le dicta al hombre premisas erráticas y tristes. "Si la conseguí a ella" es la primera. En etapas de temprana relación, cuando aun no se sabe qué tan seria será, el hombre piensa que es el rey del mundo. Asume que por haber conseguido a una mujer, más vendrán. Le da vueltas en su cabeza, como una bestia salvaje. Cerebro reptil.

"Si la conseguí a ella, a una más linda e inteligente me puedo conseguir". La verdad no lo pensaban tan crudamente, en especial porque estaban con personas que querían. Pero eran sus reptiles cerebros trabajando. Las mujeres también lo sentían.

Cuando caminaban con sus parejas, los hombres que amaban a las mujeres y las mujeres que los amaban a ellos tomaban cada mirada del mundo exterior como un innuendo propio. Liberado a la fantasía y cavado en lo más profundo de sus seres. La diferencia era cuan seriamente se lo tomaban.

Profundo y corrupto se sentía el hecho, y a pesar de compartirlo los hombres que amaban a las mujeres no lo hablaban. Pero había un quiebre en el sistema. Siempre. Un vaso desbordante.

...y desbordó. La premisa del engaño masculino llevó a uno de los hombres a actuar: diplomatizó sus ánimos de salir como rey del mundo, a aprovechar las miradas del exterior, a vivir las fantasías interiores en el mundo real. Cosa rara, aquella mujer que hasta esa confesión llamaba suya, tomó mal sus palabras. El equilibrio roto, el mito quemado.

El otro hombre escucho de su amigo la historia, no le hizo reproches; sabía que hubiera podido ser él quien pronunciaba esas palabras a la mujer que amaba. su amigo se adelantó, la única diferencia. Ahora esperaría a ver qué sucedía con aquel amigo que admiraba y compadecía al mismo tiempo. También debía estar listo a asumir una posición: la mujer que lo amaba iba a tener curiosidad sobre qué pensaba de lo sucedido.

El engaño masculino le pasó factura inmediata al diplomático rey, justo en el momento en que esa mujer que amaba le dijo que "aceptaba sus pensamientos", pero que así "no podían seguir"; sintió el lazo quebrarse, el vacío, el estúpido error. En el elevador lo golpeó, pero ya estaba bajando y no tenía la cara para volver. No era mentira lo que había dicho.

Con algo de tiempo logró volver a estar acompañado, pero nada se sintió como lo vivido. Sin la mujer que lo amaba este hombre era otro. No el de las llamas, no el de los innuendos callejeros.

Su amigo veía la tragedia heroica desde afuera. O desde adentro, depende. Pero nunca dejó de pensar que por más miserable que pudiera lucir, él sí había sido honesto con la mujer que amaba.

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