domingo, 29 de agosto de 2010

Peña chacarera

Toma poco tiempo, después de penetrar este viejo galpón de compañía ferroviaria, sentir la emoción atmosférica que emana del lugar y de sus invitados. Tiene una magia especial esta noche; tienen, estas noches -claramente ha habido y habrá más como esta-, un aura de congregación sanadora.

Los rostros demuestran paz, demuestran amistad y romance como espejos del lugar. El gran galpón se divide en cuatro sectores: dos sub sectores abiertos a la gente donde se come, bebe y baila, y dos cerrados que dejan ver lo que adentro hay. Maquillajes y vestuarios.

Transmito sin bailar desde la pista de baile. Bailo, pero no como el resto, todos los que saben hacerlo. La música se detiene y luego los bailadores, ya saben lo que viene. Se sonríen las parejas, en estos aires no hay lugar a peleas.

Suben al escenario tres hombres y una mujer, asumen sus instrumentos, y ahora ejecutan en vivo. El piso rompe de nuevo en baile. Cuando se busca magia, aquí se encuentra.

El charango en manos de una mujer, acoplado con una hermosa guitarra en manos de un hombre regala un sonido que parece bajado del cielo. El veloz movimiento de las muñecas que lo ejecutan arranca malos pensamientos tan rápidamente, que al terminar una canción volvimos a nacer sin darnos cuenta. La inocencia, por unos minutos, de nuevo intacta.

Y la guitarra da el piso de memorias de lo vivido. Pre-infantes bailarines con memorias ancestrales llenan la pista, en regresión evolutiva gracias a la música del buen sentimiento, del buen dolor, de la linda añoranza.

Quienes la bailan, la respetan.

Vemos un ritual opuesto al de las danzas del contacto . Es una danza de ojos. Las vueltas son lentas, pero agraciadas. Su arraigo con la tierra y con el ritmo que las cosas deberían tener, y algún día tuvieron, hacen al baile ejecutable sólo si el corazón está bien puesto.

Se baila como se debería vivir, con una dosis de poesía y una dosis de marco. En su mayoría jóvenes bailan, pero hay gente de toda edad. Todos en regresión a las raíces andinas y al amor de música y corazón.

'Zapatéa' se le dice a quien quiere aprender, pero este ritual no se aprenderá a pocos compaces. Quienes regalan su talento y ofrecen a los novatos un gusto visual son las parejas que de manera romántica se sienten sin tocarse, se acoplan sin doblarse.

El estilo es medieval, casi, y la música irradia un aura de nostalgia sonriente y añoro. Donde en un pasado compañías ferroviarias guardaban partes, o reparaban vagones, ahora zarpan noches de deseo.

El deseo de un mundo-sinfonía inspirado por las vibraciones profundas que tocan y cambian las fibras de los novatos.

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